Presente y futuro del calentamiento global: ¿hacia dónde vamos?
Las olas de calor que estamos teniendo este verano de 2021 están en sintonía con la información que apunta el IPCC en su sexto y último Informe (AR6), cuya primer parte, dedicada a las bases físicas del cambio climático, se publicó el pasado 9 de agosto.
Es claro que el calentamiento global se ha convertido en una realidad incuestionable y tangible, que percibe –en mayor o menor medida– toda la población mundial, y cuya magnitud e impactos no paran de crecer. Desde la publicación del primer Informe del IPCC, en 1990, los científicos que han formado parte del Panel de Expertos de Cambio Climático de Naciones Unidas, no han dejado de advertirnos de la subida de la temperatura y de las consecuencias que ello conlleva.
Sus predicciones (basadas en proyecciones climáticas) se han cumplido y ahora lo que está por ver es si los seres humanos seremos capaces de frenar esa inexorable subida, para lo cual no queda otra que reducir drásticamente y en poco tiempo nuestras emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera.
El 9 de agosto del 2021 se publico la primera parte del esperado 6º Informe del IPCC (AR6), correspondiente a la parte de las bases físicas del cambio climático y elaborado por el Grupo de Trabajo I del citado Panel de Expertos. El 5º Informe se publicó en su totalidad en el año 2014, por lo que han transcurrido siete años desde entonces, en los que el calentamiento global se ha reforzado, alcanzado en algunas regiones de la Tierra una magnitud nunca vista desde que tenemos registros meteorológicos instrumentales, e incluso desde bastante más tiempo atrás.
Las anomalías positivas de temperatura que se están alcanzando en algunas olas de calor son tan extremas, que están descolocando a meteorólogos y expertos en el clima. Se están produciendo episodios de calor extremo que no esperábamos tener hasta dentro de varias décadas y en los escenarios de altas emisiones.
El verano de 2021 está todavía inconcluso, pero a la vista de las olas de calor que se han producido en distintas regiones terrestres, así como de algunos episodios hidrometeorológicos de consecuencias catastróficas, posiblemente marque un punto de inflexión tanto en la evolución climática como en su estudio. La vinculación de olas de calor extraordinarias parece no tener fin.
La ocurrida en el oeste de Canadá y noroeste de los EEUU a finales de junio se salió de escala. Y en el presente mes de agosto el calor extremo se instaló en el sur de Europa, con una duradera ola de calor que afectó de lleno a Grecia y a parte de Turquía (lamentablemente acompañada de devastadores incendios), seguida de otra que ha batido récords de temperatura máxima absoluta en el norte de África (Túnez) y en Sicilia, y cuya última fase estamos todavía sufriendo en España.
A falta de que finalice la actual ola de calor, ya se puede afirmar que se trata de una de las más intensas desde que hay registros de ellas en tierras ibéricas. Este destacado episodio de altas temperaturas –uno más de la larga lista de ellos ocurridos en los últimos años– ha sido el marco en el que ha visto la luz la primera parte del último Informe del IPCC (AR6), que califica la región mediterránea como un punto caliente, muy vulnerable a los impactos del cambio climático, aparte de recalcar el aumento de la frecuencia y la intensidad de las olas de calor en el futuro.
Ante un panorama como el que acabamos de describir, percibido ya por muchas personas como algo que empieza a afectarles de lleno, el último informe del IPCC insiste en la misma idea que los anteriores: la única posibilidad que tenemos para tratar de frenar el calentamiento global pasa por cortar el grifo a nuestras emisiones de GEI a la atmósfera, lo que es incompatible con el modelo insostenible de crecimiento económico actual. Si mantenemos el modelo, la única fórmula posible es el decrecimiento.
Para seguir creciendo, necesariamente tiene que cambiar profundamente nuestro modelo de sociedad, tal y como la hemos ido construyendo hasta ahora. El reto es mayúsculo, pero no imposible, aunque el tiempo juega en nuestra contra.
En las figuras que acompañan estas líneas –extraídas del AR6 (2021) – podemos ver de forma gráfica y con datos, las posibles evoluciones del calentamiento global desde la actualidad hasta finales de siglo. Para el escenario de bajas emisiones (SSP1-1.9), al que nos encaminaríamos si conseguimos emisiones netas de carbono hacia mediados de siglo, la subida global de la temperatura (actualmente de +1,2ºC) lograría estabilizarse en 2100 entre +1 y +1.8ºC, lo que nos llevaría a un marco climático no muy distinto al actual, aunque con más impactos ligados a la mayor magnitud del calentamiento. Sería el escenario deseable, ya que sería posible adaptarnos a él sin excesivas dificultades.
El panorama es muy distinto para el escenario de altas emisiones (SSP5-8.5), ya que en este caso el ascenso de la temperatura global a finales de siglo quedaría situado entre +3,3 y +5,7ºC. De evolucionar por ese camino, la adaptación será traumática y lo que nos jugamos es directamente nuestra supervivencia, ya que la sociedad difícilmente saldría adelante en un mundo tal cálido como el que plantea esa proyección.
Entre ambos escenarios climáticos situados en los extremos, el IPCC considera otros tres. Es razonable pensar que de aquí a mediados de siglo caminaremos por la senda trazada por alguno de ellos. Lo ideal es hacerlo por el SSP1-2.6, de manera que hacia 2050 no superaríamos los +2ºC de ascenso de temperatura, que marca una peligrosa línea que hay que tratar de no cruzar. Ese debe de ser nuestro principal objetivo, habida cuenta de la imposibilidad (objetiva) de lograr la estabilización de la temperatura en el grado y medio (+1.5ºC).