El cotizado "oro azul" de Afganistán
Durante miles de años, el lapislázuli solo se extrajo de unas minas situadas en Afganistán. Al final de la Edad Media y al comienzo del Renacimiento, se extendió en Italia su uso para elaborar un pigmento de intenso color azul con el que se pintaban cielos y túnicas en los cuadros.
El infierno vivido recientemente en Afganistán –retransmitido en directo por las televisiones de medio mundo–, así como la época oscura (a todas luces infernal) que, probablemente, se ha iniciado en aquel turbulento país asiático, contrasta con el paraíso; con la representación que en la tradición judeo-cristiana se ha hecho de él, plasmada en numerosas pinturas, donde vemos cielos rasos, serenos y azulados, que simbolizan la pureza de lo divino y celestial.
Desde hace mucho tiempo (bastante antes de que adoptara oficialmente el nombre de Afganistán) ese territorio ha estado vinculado a una piedra semipreciosa de color azul, que permitió a muchas generaciones de pintores plasmar unos llamativos cielos en sus obras.
La piedra en cuestión es el lapislázuli; una roca metamórfica, compuesta de varios minerales, entre los que destacan la lazurita (el principal de todos ellos y responsable del azul), la calcita y la pirita. Durante miles de años, las únicas minas de lapislázuli conocidas en el mundo fueron las de Afganistán, localizadas concretamente en las montañas de Hindu Kush, en la provincia de Badajshán, zona fronteriza con Tayikistán, China e India.
La explotación de esas minas se remonta al neolítico, hace algo más de 6,000 años, y sigue hoy en día, aunque cada vez con más dificultades. Los primeros usos que dieron de la llamativa gema fueron ornamentales, no siendo hasta el final de la Edad Media y el Renacimiento cuando se convierte en el pigmento azul más codiciado por pintores.
A través de la ruta de la seda y de otras rutas comerciales conectadas con ella, el lapislázuli se extendió con rapidez por los principales imperios y culturas de la antigüedad. Desde las minas de Badajshán empezaron a salir caravanas con destino a Mesopotamia, Egipto, India, China, llegando también cargamentos en barco hasta Grecia y Roma, en la época clásica, y el lejano imperio del sol naciente (Japón).
En la antigua civilización egipcia fue particularmente apreciado. Abundaban los amuletos con incrustaciones de la azulada piedra, a la que también daban propiedades curativas y un uso funerario.
Un azul ultramar que vale su peso en oro
A finales del siglo XIII y principios del XIV, se empieza a dar un uso diferente al lapislázuli en Italia. El pigmento obtenido a partir de la molienda de la lazurita empezó a ser muy valorado por los pintores de la época, extendiéndose su uso durante el Renacimiento. Ese pigmento de origen mineral empezó a conocerse como azul (de) ultramar, ya que lo traían los mercaderes venecianos en sus barcos, procedentes de Asia, una tierra situada “más allá del mar”.
Su brillantez realzaba los cielos y los mantos de las vírgenes y de otras deidades (símbolo de pureza y divinidad) mucho más que los azules elaborados con otros pigmentos naturales. Además, le afectaba menos la exposición a la luz del sol, y resistía mejor el contacto con el agua (pintura al fresco) y el aceite (pintura al óleo), lo que despertó un interés creciente de los pintores por él.
La confluencia de varios factores encareció muchísimo al lapislázuli, hasta el punto de que su precio llegó a superar al del oro, de ahí que empezara a conocerse como "oro azul". Por un lado, había una fuerte demanda entre los pintores, algunos de los cuáles –como Durero o Vermeer–, llegaron casi a arruinarse.
Muchos aristas exigían a sus mecenas y a los monarcas, papas y nobles que les encargaban las obras, la disponibilidad del valioso polvillo de lazurita, para lo cual incluían una cláusula en el contrato. Por otro lado, el proceso de elaboración del pigmento era muy laborioso y no siempre culminaba con éxito, perdiéndose parte del mineral empleado para tal fin.
Y por si todo lo anterior fuera poco, el lapislázuli se extraía únicamente de las minas de la lejana Afganistán, siendo muy costoso el transporte desde allí hasta el puerto de Venecia: la vía de entrada natural del oro azul en .
Azules celestes alternativos
Según fue avanzando el Renacimiento y con la llegada del Barroco, la aplicación del caro pigmento se fue limitando a pequeños detalles de los cuadros, que los artistas tenían interés en resaltar. Paralelamente, se empezaron a buscar alternativas al azul ultramar, como la azurita, que era otro mineral de color azulado, obtenido en yacimientos en Occidente –lo que abarataba su coste–, para el que la obtención del pigmento era mucho más sencilla que en el caso de la lazurita, y el resultado final, en los cuadros, no difería mucho del obtenido con el oro azul.
Posteriormente, ya metidos en el siglo XIX y con las bases de la Química bien establecidas, se convocó en Francia –en el año 1824– un concurso en el que se ofrecía un suculento premio por inventar un pigmento artificial (creado en laboratorio) de características idénticas al obtenido a partir del lapislázuli. El ganador fue el químico e industrial francés Jean-Baptiste Guimet, aunque otros dos químicos sintetizaron de forma simultánea un pigmento de características similares.
El ultramarino francés creado por Guimet no fue la única alternativa al lapislázuli, ya que metidos en el siglo XX el artista francés Ives Klein creó una variante de tonalidad intensa, bautizada en su honor “azul Klein”. En las minas de Badajshán sigue extrayéndose lapislázuli en la actualidad, pero desde hace años, la corrupción imperante en Afganistán y el control ilegal de las explotaciones mineras, mediante el uso de las armas y los chantajes, así como las extracciones ilegales, no auguran un buen futuro a esa actividad milenaria. Nos queda el consuelo de admirar la belleza que el azul ultramar ha proporcionado al arte universal.