¿Comés muy rápido? Por qué este hábito perjudica tu salud y tu peso
La velocidad a la que comemos los alimentos, es tan importante como lo que consumimos. Te decimos cuáles son los trucos básicos para realizar un cambio en este pésimo habito.
La vida tan acelerada que tenemos en la actualidad nos lleva a ejecutar automáticamente muchas actividades diarias. Bañarse, lavarse los dientes, sentarse en la silla de trabajo. Son tareas que hacemos sin prestar demasiada atención a cómo las hacemos.
Así, muchas personas almuerzan rápidamente, en el escritorio, entre monitores. O parados, o caminando en la calle, apurados por seguir con la rutina.
Sucede que, así como a nuestro organismo le lleva tiempo sentir la necesidad de ingerir comida y enviar a nuestro cerebro la señal de "hambre", también tiene una demora en enviar la señal indicando que ya estamos satisfechos.
De hecho, esa señal de “estoy lleno” puede tardar entre 5 y 20 minutos en llegar al cerebro. Si estamos comiendo muy rápido, es probable que en ese intervalo sigamos ingiriendo comida y calorías que en realidad nuestro organismo ya no necesita.
Según explicó a la BBC la especialista en nutrición Sarah Berry, las pruebas han demostrado que las personas que comen rápido ingieren entre 100 y 200 calorías extra respecto de quienes comen más lento.
“Cuando comes más lento, se produce un aumento en lo que llamamos hormonas de la saciedad (PYY, GLP1) que le dicen a tu cuerpo: “hey, estás lleno”, explicó Berry.
Al mismo tiempo, tiene lugar una “reducción en las llamadas hormonas del hambre (grelina), y eso limita el deseo de comer más”, añadió la especialista.
El resultado de la diferencia en la velocidad es que quienes comen más rápido tienden a tener sobrepeso, una mayor acumulación de grasa en la zona de la cintura y niveles más elevados de colesterol LDL (el colesterol que conocemos como “malo”).
Dos días de experimento
Para demostrar qué tanto esto es así, la especialista realizó un experimento. Le pidió a un colaborador de la BBC que, durante dos días, ingiriera la misma comida, en las mismas dosis, pero a distinta velocidad.
La dieta consistió en un desayuno de cereales y frutas, un almuerzo de ensalada con pan y una cena de vegetales y pollo. La instrucción fue que un día comiera de forma muy lenta y el otro, muy rápida.
Durante el experimento, le colocaron un dispositivo para medir la concentración de glucosa en sangre.
Los resultados mostraron valores elevados para el día en que comió a alta velocidad. “Cuando comes tu comida mucho más rápido, los carbohidratos estimulan la liberación de insulina, pero esta no se libera lo suficientemente rápido como para eliminar la glucosa de tu torrente sanguíneo, por eso tiene una mayor respuesta cuando viene rápido”, dijo Berry.
“Y esto es importante porque sabemos que estos grandes picos de glucosa en sangre, si se repiten en exceso a lo largo de los años, pueden aumentar el riesgo de diabetes de tipo 2, enfermedades vasculares y otras complicaciones metabólicas”, agregó.
Técnicas para bajar un cambio
Cambiar un hábito no es fácil. Hace falta prestar atención. Ser consciente de lo que estamos haciendo mientras lo hacemos.
Para masticar más veces y comer más lento, el truco más básico es dejar los cubiertos sobre la mesa, entre bocado y bocado.
Otra recomendación es preferir alimentos menos procesados. Los alimentos ultra procesados suelen tener una contextura más blanda, por lo que se ingieren entre un 30% y un 50% más rápido.
En todos los casos, siempre la recomendación más importante es consultar con un médico especialista –en este caso en nutrición- para que nos de las mejores indicaciones según nuestro caso.